Existe una gran variedad de combustibles biomásicos, y su uso varía de una zona a otra en función de la disponibilidad y el clima. Por ejemplo: leña, astillas, pellets, briquetas, huesos de aceitunas, cáscaras de frutos secos (almendras, piñones), restos de poda, etc.

Las calderas de biomasa pueden abastecer a los edificios de calefacción, o de calefacción y agua caliente sanitaria (ACS), y su fiabilidad es equiparable a los sistemas habituales de gas o gasóleo.

Las calderas de biomasa se clasifican en función del tipo de combustible que admiten y de la clase de tecnología que utilizan: En función del tipo de combustible:
 
  • Calderas de leña: de pequeño tamaño y carga manual. Son muy eficientes y tienen un bajo coste.
  • Calderas específicas de pellet: pequeño tamaño, altamente eficientes y bajo coste.
  • Calderas de astilla: tamaño medio o grande, altamente eficientes y algo más caras que las de pellets.
  • Calderas mixtas o policombustibles: tamaño medio o grande.

Los sistemas de calefacción con biomasa agroforestal han ganado de nuevo una gran aceptación. La evolución del precio de la leña y de la astilla es relativamente estable y en gran parte independiente de los precios globales de mercado extremadamente fluctuantes que tienen el petróleo y el gas natural. Esto implica que la madera no sólo es una fuente de energía de bajo coste ya prueba de crisis, sino también una materia prima local que fomenta la creación de valor social, al generar y garantizar puestos de trabajo en el territorio, contribuyendo a la limpieza de los bosques y en la prevención de incendios forestales.
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